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Por
caridad, maté tu amor;
aunque
ya,
me
lo encontré muerto.
Tumbado
boca abajo,
hundiéndose
en
un socavón de la arena.
Aún
olía,
cuando
me acerqué.
Más
a tierra que a ilusión,
más
a barro que a pasión.
Pero
no lo iba a permitir.
Levante
tu cuerpo
y lo
crucifique.
Un
clavo por mano
para
sostener
tu
embarrada figura.
Lo
miré asombrado
y
rezando,
hice
una señal.
Durante
tres días
hasta
que resucitó.
Fue
un domingo cualquiera
cuando
el amor ascendió,
empujado
por el alma alada
y el
viento del sur.
La
carne y el vientre
quedaron
anclados,
esperando
un veredicto.
La
respuesta vino
desde
el cielo.
Tu
resurrección
sonó
a rugidos
de
tormenta.
Truenos,
relámpagos,
una
fina lluvia
que
no moja, pero cala.
Al
poco,
llegó
el milagro.
Un
aguacero limpió tu cuerpo
y
los brazos en cruz.
De
nuevo, las cosas a su sitio.
Todo
lo que importa de regreso;
el
espíritu al cuerpo,
la
voz a los labios,
el
latido al corazón.
Por
tu propio pie
bajaste
de la cruceta
para
retomar el camino.
Ante
mis ojos
volviste
a la senda.
Y
jamás,
hubo
un adiós
o un
lamento.
Y
nunca más,
una
mirada hacia atrás.
Figure 1. Resurrección - sybcodex.com |
Referencias
Pixabay (geralt, 2020). Ilustración de esta poesía. [Figure 1]. Recuperado de https://pixabay.com/
Autor: JFV (Juan Fernández Vicente)
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Título del capítulo: Resurrección
©Todos los derechos reservados al autor.
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