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Niño,
niña, duende o lo que fuere, no se separaba de mí. Si caminaba, esa cosa
caminaba. Si me detenía, esa cosa se detenía. Esa enorme boca que ocupaba casi
la totalidad de lo que sería su rostro me preocupaba… me inquietaba…pero no
había otra cosa con vida en la solitaria carretera, y me fui acostumbrando a su
compañía.
El
cielo, el piso y la carretera tenían coloraciones grises verdosas, aunque cada
cierto tramo se veía el tenue resplandor amarillento de unas iluminaciones
provenientes de la nada. El paisaje era agobiante. A lo lejos vi que algo raudo
venía por la carretera. Cuando llegó hasta mi ubicación pude ver que era una
pequeña caja de madera, como una pequeña tina. Subí a ella y me senté con las
rodillas recogidas. El pequeño monstruo también subió, se puso a mis espaldas,
de pie y cogido de mis hombros.
Moviendo
mis caderas de atrás para adelante repetidas veces, logré poner en movimiento
mi caja móvil. La carretera en pendiente hizo el resto y la aceleración fue en
aumento. Ahora íbamos a gran velocidad, deslizándonos como por un tobogán,
hasta que un foso se cruzó en nuestro camino y caímos aparatosamente en él. Me
puse de pie y me estaba sacudiendo el trasero, cuando vi que un tipo sentado en
un borde del foso nos observaba.
Intrigado
por su presencia, me quedé observando. Entonces, ante mis ojos se duplicó. La
réplica de aquel inesperado personaje saltó hacia el foso y vino hacia mí
amenazante. Me puse en guardia, medí las distancias y cuando lo creí
conveniente, salté sobre él, derribándolo. Me senté sobre su pecho e intenté
ahorcarlo, pero el replicado se echó a reír a carcajadas, ignorando mis
esfuerzos por asfixiarlo. De pronto todo se iluminó.
Volteé
hacia el lugar de donde provenía la luz. Ante mis ojos había una multitud,
sentados frente a una mesa repleta de bebidas, carnes y potajes que la
muchedumbre empezó a engullir. Conforme iban comiendo, se transformaban en
bestias cada vez más repugnantes que tragaban y babeaban embarrándose en saliva
y desperdicios de comida y bebida. Y en medio, abrazados, el tipo que se
replicó y el monstruito de amplia boca que me acompañó hasta allí, reían a
carcajadas.
Sentí
pánico y quise salir corriendo de aquel lugar, pero cuando me dispuse a correr
descubrí que todas las vías eran un enmarañado de toboganes, como si fueran
venas y arterias de una gigantesca bestia. A partir de ese día no he vuelto a
dormir al filo de mi cama. Me acuesto al centro para no volver a caer a la
verdosa carretera.
Figure 1. Ultimo paradero a la deriva - sybcodex.com |
Referencias
O. Mejía (2021). Ilustración de esta poesía. [Figure 1]. Recuperado de su
autoría.
Autor: O. Mejía
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Título del capítulo: Último paradero a la deriva
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©Todos los derechos reservados al autor.
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